EL PODER DE LAS MALAS PALABRAS
- Crianza Respetada
- 14 mar 2019
- 2 Min. de lectura
Hacia los 3 o 4 años, cuando comienzan el Jardín, es frecuente que los chiquitos empiecen a atreverse al juego de las “malas “palabras.
Generalmente, al escucharlo, los adultos solemos preguntarnos donde las escucho, por qué las dice, como es posible que la haya aprendido si en casa no son habituales. Que ingenuos somos a veces. A los chicos les fascina el lenguaje, y arriesgarse con esos términos que ellos intuyen como “prohibidos” es un desafío y un modo de experimentar con las palabras. Enseguida se dan cuenta de que están rodeados de un halo mágico, capaz de conmocionar a quien las escucha, lo que les da una sensación de poder. Además, tienen la arrolladora atracción de “no permitido”, de lo tabú. Cuando las dicen entre ellos, sienten que comparten algo terrible y fascinante que los hace cómplices.
Otras veces, las usan para mostrar su enojo. Saben que nos molestan y tienen un reconocido poder de desahogo. Por otro lado, les permiten convertirse en el centro de atención, ya que es difícil que nuestro hijo nos deje indiferentes diciendo barbaridades. Y, reconozcámoslo, son divertidas, tienen una rareza cómica relacionada con la transgresión y, por eso, frecuentemente las sueltan entre risotadas.
NO
* Reírnos, porque eso es un premio y el chico repetirá la gracia para hacerse el simpático y volver a llamar la atención. Darle demasiada importancia a una palabra aislada. En ocasiones, ignorarla es el mejor modo de que la olvide. Si reaccionamos con un reto, le estaremos dando la certeza de poseer el arma más terrible para usarla cuando le convenga.
SI
* Reaccionar si repite una y otra vez una grosería o si su lenguaje se hace ofensivo, en cuyo caso habrá que marcar límites. Dosificar según la importancia y la reincidencia. A veces, bastara un “eso no se dice” y otras, habrá que mostrar nuestro disgusto con más intensidad. Permitirle enmendarse y enseñarle a expresarlo: “Perdón, se me escapo”. “No lo voy a hacer más”.

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